martes, 27 de agosto de 2013

Pedro: las vivencias de un grande en las Mayores y en la vida.

Martínez conoce la pobreza y la riqueza. Se muestra orgulloso por salir a camino con educación y largas horas de trabajo
Martínez siempre habla con sus hijos sobre la importancia de prepararse, de obtener buenas notas en el colegio.
Martínez siempre habla con sus hijos sobre la importancia de prepararse, de obtener buenas notas en el colegio. (Danny Polanco)
Pedro Martínez también encaja en la lista de aquellos que viven para contarlo. Una carrera de 18 años en Grandes Ligas le conceden la mayoría de los derechos para hacerlo. Pero los tragos, dulces y amargos, que probó antes de ser profesional le permiten ofrecer grandes testimonios de vida.

Martínez se impuso a cualquier submundo que existe por debajo de la pobreza. La lucha en su natal Manoguayabo, que se encuentra en el municipio Santo Domingo Oeste, de la provincia Santo Domingo, era en diferentes vías.

Todos en el clan Jaime Martínez debían contribuir con la comida. Existían mil formas aprobadas por la constitución familiar para “buscar el moro”, todas basadas en el sudor de la frente y la dignidad. Era la única vía.

Había una fácil, esa que se disfraza de rosa y al final salen las espinas venenosas, pero nadie miraba hacia ese camino de engaño. Las consecuencias se sentían en la piel que debía soportar el látigo del momento y en un sentimiento de vergüenza que dolía más que  cualquier concierto de golpes. “Fuimos criados con principios. Pobres, pero serios, honrados”, comenta Pedro durante su participación el pasado viernes en el espacio Mañana Deportiva, que se produce por CDN 92.5 FM.

“Lo que aprendí de mis padres se ha quedado conmigo y lo llevo a mis hijos. Esa herencia no se pierde. En general fueron momentos duros. Nosotros venimos de abajo, pero cuando gracias a Dios se logra escalar hay más conciencia para no perderse, para no dejarse llevar por las tentaciones y ofertas que solo llevan a la perdición”, dice.

Pedro nunca tuvo una bicicleta. La añoró en sus sueños como todo un Quijote, empero las pruebas en su vida eran a otro nivel. Hoy en día puede escoger a sus anchas las cuatro ruedas de lujo que apetezca tras ganancias multimillonarias en las Mayores, aunque dice no abusar de eso.

“No tengo motivos para cambiar ni para olvidarme de mis orígenes. Cada vez que puedo hablo con los muchachos en las menores y les dejo saber que deben controlar las ansias que da la pobreza. Vienes de no tener nada, de ganar 12 dólares, a cobrar millones y de andar en bola a montarte en un Ferrari. Ese cambio es muy brusco. Eso no se maneja tan fácil”, explica.

Se puede pasar un día completo con el tres veces ganador del premio Cy Young y  no se terminan las anécdotas del fiero competidor que a la vez era un bromista en sus días fuera de la lomita.
“Si me tumbaban uno, tumbaba dos”
1 Esculpido con orgullo y honor, el derecho llegó a tener una reputación de “cazacabezas” al inicio de su carrera, aunque después refinó su control al punto de ser un artista.

“Nunca tuve miedo de dar un pelotazo”, dice El Grande, como le llamaban en sus años dorados en Boston.

“La comida de los pitchers está en lanzar adentro. Y eso se lo he aconsejado a muchos de mis compatriotas, como es el caso de mi compadre Bartolo Colón, que se pasa de bueno”, comenta. ¿Y si se armaba un pleito? “Bueno, nos dieron dos brazos y algo más para defendernos en el momento. En lo que estuve siempre claro fue en que Dios me puso y Él me quitaba del montículo. Nadie más”.

Pedro nunca aceptó que se tocara a sus compañeros. “Si me tumbaban uno, tumbaba dos. Y eso lo sabía todo el mundo a la franca. Mis compañeros son mi familia y todo el mundo pelea por un hermano”, dice sin tapujos, como si en ese momento se trasladara al año que estando con Boston tuvo que darle un pelotazo a Roberto Alomar, su amigo de muchos años. “Cleveland le dio a uno mío en Boston y tuve que responder con mi hermano Alomar, que en ese momento quería pelear, pero después del juego me dio la razón. Él entendió y eso se quedó ahí”, recuenta. Hubo otros pelotazos como los de Matt Lawton, exjardinero de Minnesota, y Gary Sheffield, hombre con fama de tener malas pulgas. “Siempre respeté para que me respetaran. Ellos cruzaron la línea. Lawton por poco y me hace lesionar y se lo hice saber a mi manera”.
“Buenas notas por encima de todo”
2 Pedro Martínez no negocia las notas con sus hijos ni mucho menos los obliga a que jueguen pelota.

“Yo les exijo buenos grados. Con eso sí no juego. Buenas notas por encima de todo. Hay que estudiar y primero que el béisbol, eso sí”, dice el único latino que ha ponchado 300 o más hombres en una temporada en las Mayores. “Pero el hijo mío que quiera jugar pelota primero debe sentirlo como lo sentí yo, amarlo como lo amé yo y respetarlo como lo respeté yo”, añade.

 “El béisbol es muy acorralador y para unos muchachos que no se van a criar con el hambre que me crié yo, es muy difícil que aguanten la piña que da el béisbol. Ahora ellos tienen salidas que no tuve como es el caso de una buena educación. Y si quieren jugar, pues los apoyo, pero lo primero es su educación”, aclara.
“Mi otro nombre es ¡Pedro, wao!”
3 Nadie creía en un joven de 5´-11´´ cuando fue firmado en 1988  por los Dodgers de Los Ángeles. Las dudas llovían con la facilidad que el verdor matiza la llanura.

“Alguien dijo, ´esa arañita yo no la firmo´´´. Esa arañita me dijeron. Tuve que jugar dos ligas de verano en el país. A pesar de que era el mejor de mi grupo, siempre me ponían a alguien por delante. Pero eso me motivaba a no rendirme.
Eso me inspiraba”, confiesa Martínez.  “Por eso es que digo que mi otro nombre es ¡Pedro, wao!, porque ese era yo. Todo lo mío causaba sorpresa. Eran las voces de siempre que decían que no lo haría, que no llegaría, que el brazo no aguantaría, pero con Dios por delante pudimos silenciar esos comentarios”, agrega el futuro inmortal.

“Pero mira lanzó bien en Doble A, ¡Pedro, wao! Ahora está en Grandes Ligas, ¡Pedro, wao! Mira ahora se ganó un Cy Young y así hasta que se dieron cuenta del error conmigo”, dice.
“Aún en AA andaba en banderita”
4 Pedro los llama recuerdos duros, pero a la vez el mejor aprendizaje posible que pudo tener para valorar lo que hoy tiene.

Desde andar con los mismos zapatos por tiempo indefinido a trasladarse en transporte público las veces que fuera necesario.

“Aún jugando en AA y en AAA  andaba en mi banderita.  Porque lo primero que tuve claro es que el hombre para lograr sus metas tenía que coger su sacrificio y saber esperar”, dice. “No era un carro del otro mundo, era un Toyota Celica GT y ese era el carro que yo quería para que fuera mi primero”. 

Martínez debutó en Grandes Ligas en 1992 por dos juegos y ese año siguió en sus banderitas. Su hermano Ramón Martínez ya estaba en Grandes Ligas, pero “Ramón tenía  los carros del esfuerzo de Ramón, de su sudor. Yo fui muy respetuoso del esfuerzo de Ramón. Pedro tenía que sudar el suyo”.
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